
EN LAS MONTAÑAS I. Chamonix-Mont-Blanc
Antes de empezar ese largo viaje de 6 días y 5 noches, ese montañista alza la mirada hacia esos impresionantes picos de los Alpes, ante ese viaje que le hará que recorrer una parte del viejo continente, desde Alemania, pasando por Austria, Suiza, Francia hasta llegar a Italia. Está acompañado de todo el grupo de montañistas, escaladores, también algún que otro turistas infiltrado. Todos cargan con todas esas mochilas, comida y toda clase de utensilios para el viaje.
La mayoría de ellos tienen esas caras curtidas por el sol, con arrugas y cicatrices que parecen dibujar cada una de las innumerables sendas que han recorrido durante décadas. Hay uno de los guías que dicen viene de muy lejos, tiene los ojos achinados y una expresión agradable y cálida que parece nacer puramente de estas sabias montañas. Cuantas historias, anécdotas, vivencias a las que no poder recurrir debido a no conocer el idioma y al no proceder del momento, pero tampoco hace falta. Después de venir de un sitio tan lejano y ruidoso lo que más le apetece a uno es tomar esos pequeños sorbos de silencio que rodean todos y cada uno de los detalles del ambiente.
Una vez que comienza el viaje la ascensión, el peculiar y permanente sonido de las piedras al contacto con los zapatos le hace adentrarse fácilmente en cada paso, donde se abre todo un mundo de silencio que parece haber nacido aquí, en estas montañas. Ahora ya se ha olvidado todo los problemas y preocupaciones que se han ido quedando ahí abajo en el valle. Queda este pesado sonido y la mirada cada vez más atónita y de asombro hacía abajo, como si hubiese algo ahí. Y la pregunta ¿Cómo es esto posible..?¿Cómo es posible esta fascinación por lo que ocurre ahí abajo..?¿hay para tanto..?! son solo unos pies, piedras y rocas, polvo y hierbajos en movimiento, y el sonido constante que acompaña el contacto con los zapatos. Nada más que eso, pero… eso le acaba atrapando por completo…
Mientras se van dejando atrás los agradables senderos, estos van perdiendo su silueta para volverse más empinados hasta convertirse en crestas y aristas. Por más que quiera, nunca se podrá sentir seguro ahí, pero al mismo tiempo no siente la más mínima preocupación. Lo máximo que puedes hacer es estar despierto a cualquier cosa que suceda, a cualquier peligro, a cualquier aviso de la montaña o de quién sea o lo que sea. Y si tiene que suceder algo, sucederá de todas maneras. Ahora no importa nada más que disfrutar de las vistas, y si se da el caso que, paso a paso, se llega allí arriba, a esa cima que se vislumbra a ver cada vez más cerca, solo se quiere llegar acompañado de esta cálida y agradable despertez, solo con ella, para contemplar, aún más si cabe, todo ese paisaje desde lo más alto, desde lo más supremo, desde esta amplitud que inunda todos estos paisajes.
Ese primer paso hacía la ascensión ha sido también el último.